miércoles, 22 de julio de 2009

Todo sobre Ana



14 de abril de 2004

La anorexia es ya un estilo de vida y algo de donde jamás voy a salir y no es que pretenda vivir mucho más, pero en la vida se toman decisiones y mientras no afecten a otros no se hace ningún daño. Ana es mucho más que un espectro deambulante. Es una razón, una meta, un camino y un fin en si misma. Es una diosa todopoderosa que se lleva de mí todo aquello que sobra, que no hace falta. Sus penas se arreglan con un café con edulcorante. Ana no tiene muchas exigencias: solo me obliga a serle fiel. Y cuando no siente que la merezco, se acerca a mí otro ángel, la bulimia, y me ayuda a darme cuenta de que Ana es menos peligrosa y no me daña. No es una obsesión y es tan perfecta que no da a conocer su rostro, porque todos lo llevamos dentro, pero solo algunos elegidos sabemos cómo llegar a ella. ¿Qué te llevó, Ana, a elegirme? ¿Por qué me diste la gracia de conocerte? Comí del fruto prohibido y vi que era un monstruo pero con tu ayuda voy a convertirme en una mujer merecedora de tu amor. Mi admiración por vos va a ser el pago por ser perfecta, algún día, cuando mi carne haya desaparecido y solo queden mis huesos. Mis huesos y vos.
No te ofendas, Ana, cuando te abucheen. Perdonalos porque no saben lo que hacen. Rezá por mí, Ana, y liberame de este infierno congelado donde vivo. Soy tuya enteramente. Te amo hasta los huesos. Dejame cerrar mis ojos para siempre.***

Me había convertido en lo que siempre había detestado: una fanática religiosa. Siempre me creí atea y sin embargo me había creado mi propia diosa, con particulares ofrendas y sacrificios que estaba dispuesta a entregar a cambio de la muerte, o de su bendición. Una bendición inexistente, que solo yo podía darme. Nadie iba a salvarme, nadie podía. Era demasiado tarde para buscar ayuda. Alejandro desapareció: los hombres saben cómo solucionar los problemas de sus parejas, lo hacen huyendo. Ojalá algún día encuentre a un hombre que no sea un cobarde, que se comprometa conmigo y con mi historia. Que no tema a lo que soy, a lo que fui y ya no soy y a lo que posiblemente pueda llegar a ser. Pero no: todos ellos huyen, porque es más fácil desaparecer que hacerse cargo o tomar posición en una situación dolorosa. Nadie sabe enfrentar el dolor. ¿Cómo podía explicarle a Alejandro que mi deseo no era pesar cinco kilos? Yo quería desaparecer del todo. Un día dormirme y jamás despertarme. Quería una muerte silenciosa, una muerte que le quedase grabada para siempre en la consciencia, en el inconsciente y en todas partes de su cuerpo como una viruela mal curada. Quería que mis manchas se mudaran para siempre a su consciencia, que le quede en la cabeza una sola frase resonando como eco: “no quise ayudarla”, “no quise ayudarla”, “no quise ayudarla”. Y sin embargo, en su mediocridad, él creía que era acerca de la comida, que mi temor era ser gorda. No, Ale. Mi temor es estar viva para siempre, mi pavor más profundo es mi imaginación: verme de vieja, seguir viva, seguir sufriendo por siempre. Quiero morirme, reencontrarme con Ursula. Quiero que me ames, también. Y que me salves. Una sola palabra hubiese bastado para salvarme. Una sola. Una llamada, una caricia, algo. Un indicio de preocupación, de que te importaba. De que querías que siguiera viva. Pero hiciste oídos sordos, te hiciste a un lado. No me escuchaste. Te aclaré una y mil veces que me estaba muriendo, que necesitaba salvarme, que contaba con vos para hacerlo. Que sin vos me moría, que eras lo único que me quedaba. Te sentiste presionado y me dejaste. ¿Tengo que sentirme culpable por mi muerte? ¿O hay más de un culpable? Quiero decirte algo: podrías haberme salvado.

No creo que otra persona entienda el deseo de morir tan acabadamente como lo entiendo yo o como lo entienden los suicidas. No sé si hay alguna sensación peor: sentirse mal por estar tan sano, querer morir, desaparecer fulminantemente. Y luego ver a tus viejos haciendo la cena y a tus hermanos jugando inocentemente al play station; todo mientras vos silenciosamente planeas tu muerte, exquisita, necesaria, inminente, inexorable.Y llorar hasta el desmayo o el interminable dolor de cabeza que parece encarnársele a uno en lo más profundo de los sesos. Tener tanto odio por uno mismo, tanto que hasta nos parecen irreales e inentendibles todos aquellos años de convivencia con nuestras mentes perturbadas, tantos años de soportarse a uno mismo. Y luego llegan los reproches: ¿por qué no me di cuenta antes de que me odio? ¿Por qué no me eliminé tiempo atrás? Lo pensás varias veces, intentas encontrar algo por qué vivir, por qué quedarse: las razones son tan frágiles como la convertibilidad y sos menos convincente que Fidel Castro izando la bandera de los Estados Unidos. Querés morirte y tenés millones de razones por las cuales hacerlo. Y sin embargo, todavía rogas por una sola razón para quedarte. Una razón te salvaría, solo una sería suficiente. Y no la encontras, no porque no sepas buscar, sino porque simplemente no hay. No existe la razón por la cual debieras quedarte en este mundo.¿Por tu familia? ¿Quedarte por tu familia? ¿Que los suicidas somos egoístas? Es la gansada con menos sustento que escuché en toda mi vida. Empecemos a sacar un poco de lógica de todo esto:Uno no quiere vivir porque sufre, porque está triste. Entonces algún ser muy inteligente (seguramente amigo o familiar) te dirá que todo el mundo te quiere, que todos te aprecian, que no podes HACERLE ESO A TU FAMILIA. Muy bien, recapitulemos: entonces uno tiene que vivir en pena porque no se le puede hacer “eso” a la familia. ¿Eso? ¿HACER QUÉ?, me sigo preguntando yo, a través de los años. ¿Hacer qué mierda? Si uno está enfermo debería elegir cómo y cuándo curarse. Supongo que las personas con cáncer serían más felices si pudieran extirparse la enfermedad. Pues bien, mi enfermedad es estar viva. Y codificando y pasando en claro no me están dejando sacarme el cáncer de encima. Quieren que tenga cáncer, porque no puedo hacerLES eso. ¿Eso? ¿No puedo qué cosa? ¿No puedo extirpar mi dolor? ¿Debo vivir muriendo para que OTROS no sufran? ¿Tengo cara de Jesucristo? ¿Tengo cara de tener ganas de aguantar mi pena para que otros no lloren cinco minutos o cinco meses mi muerte y después continúen con sus vidas?
Entonces llámenme egoísta, pero no pienso soportar este dolor. La gente es tan moralista, tan hipócrita. No entienden lo que se siente; no lo pueden entender porque la depresión, la anorexia, la bulimia, llevan a la persona al extremo más límite. Te tortura, te viola, te deshace adentro. Tus tripas, tu estómago, tu garganta, tu pecho, tu sexo. Todo le pertenece a tu enfermedad: necesitás morirte porque sabés que no tenés nada más que hacer en este mundo. Que te duele demasiado estar vivo; y que aunque seas una excelente alumna, una hija adorable y una amiga incondicional, no tenés fuerzas para seguir jugando esos papeles.Te das cuenta que te pasaste la vida actuando: pensando que si te disfrazabas con diferentes personalidades ibas a poder por fin tapar tu verdadero ser: el que quiere morir porque no puede elegir otra cosa. No puede elegir otra cosa. Pero, por favor, díganme si estoy errada. ¿Si ustedes estuvieran muriéndose de dolor por alguna razón, no les gustaría acabar con ello? ¿O prefieren morirse de sufrimiento lentamente y caer en una completamente evitable agonía a fin de no molestar a terceros? Además, déjenme decirles: cuando hay dolor los demás dejan de existir. No se piensa en nadie más, no se piensa siquiera en uno mismo: porque dejas de existir como persona, pasas a ser simplemente un vegetal con ganas de suicidarse. No más que eso. Tu fin último es planear un suicidio con clase, con estilo, para al menos, no dejar todo ensangrentado. Los otros no existen: sos vos y la muerte. Son la muerte, las pastillas, la soga, el balcón, la bañera, el secador de pelo, el maldito tren, lo que fuera. Sos vos y tu muerte, más próxima que nunca. Y esta vez es claramente inevitable.

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